martes, 3 de marzo de 2009

Los suecos

Siempre he sentido gran admiración por Suecia. De una u otra forma la he sentido cercana. Algunos familiares han vivido allí, de pequeño veía Pippi Calzaslargas y a partir del 79 el LP "Voulez-Vous" de ABBA fue mi disco de cabecera. Siendo un adolescente me asomé al cine de Bergman y coleccioné postales de Estocolmo. En mis viajes al extranjero para aprender idiomas me arrimaba a los suecos que, como yo, estudiaban otra lengua, y así empecé a conocer sus costumbres, idioma, etc...
Cuando entré en Spanair en el 88 a trabajar como auxiliar de vuelo, plantando mi carrera de Derecho temporalmente y dando a mi padre (q.e.p.d.) el mayor disgusto de su vida, en el curso de ingreso la mayoría de mis compañeros eran suecos. Esos compañeros de clase se convirtieron luego en colegas de trabajo, y años después de haber dejado la compañía sigo en contacto con algunos de ellos. Muchos vivieron en Canarias o en Mallorca y allí siguen. Evidentemente eran muy distintos a nosotros, pero nos llevábamos muy bien. En Spanair aprendí algo de sueco y a trabajar de una forma ordenada pero flexible, y también aprendí que los suecos son mucho más alegres que los alemanes.
Me flipaba su sistema de seguridad social, ese estado del bienestar absoluto por el que pagaban un huevo de impuestos y por el que vivían fenomenal una vez que se jubilaban. En Suecia no pasaba nunca nada, los inmigrantes entraban en el país y eran recibidos con los brazos abiertos, les pagaban porque aprendieran sueco; han sido pioneros en aplicar avanzadísimas políticas de integración del inmigrante y los primeros en acuñar el concepto de no discriminación sexual. Además, el país es una maravilla, lleno de bosques, lagos y paisajes espectaculares, y qué decir de Estocolmo, su bellísima capital.
Pero ese estado de bienestar no es ideal, hay algo que no funciona. Suecia es de los países con más alta tasa de suicidios del mundo, y dicha tasa convive con la de ser uno de los países con más alto índice de alcoholismo. La gente bebe hasta caer inconsciente. Algo pasa, los amables suecos empezaron a finales de los 80 a sentir que algo a su alrededor se resquebrajaba.
La delincuencia empezó a crcer de forma alarmante, sin que las sorprendidas autoridades supieran qué hacer. El bienestar al 100% no lo es todo. Henning Mankell, el fantástico escritor sueco creador del policía Kurt Wallander, en una de sus primeras novelas " Asesinos sin rostro ", de 1.991, describe ese desmonoramiento de la sociedad sueca, en la que se cometen horribles asesinatos y donde las instituciones estatales dejan mucho que desear. Fué como un anuncio de lo que vino después, los asesinatos del primer ministro sueco, Olof Palme y de la ministra de Exteriores, Anita Lund, en plena calle.
Mankell, en su última novela " El Chino ", continúa denunciando el mal funcionamiento de las instituciones y el malestar general e individual de muchos ciudadanos suecos, amén de esa soledad endémica que padecen muchos de ellos.
Stieg Larsson, el último descubrimiento sueco autor de la trilogía "Millenium" de la que he contado algo aquí alguna vez, que murió de un infarto antes de ver publicada sus tres novelas, va más allá y denuncia la corrupción que va carcomiendo a la honrada y ética sociedad escandinava, a nivel institucional, en la administración, algo que parecía reservado al Tercer Mundo o a los países más del sur; Suecia no escapa tampoco a las garras de la corrupción y Larsson ha denunciado este hecho en sus magníficas obras.
Se cae el mito del estado de bienestar, pero nos queda ABBA for ever.

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